Apenas llegué a Buenos Aires, con pasaje económico y directo al comercial barrio de Once, me encontré con mi amigo el escritor Gonzalo Zurano, quien me esperaba en calle Misiones con el riesgo de ocupar las horas del trabajo en cuestiones particulares; aunque eso no le importaba mucho al parecer. Gonzalo tiene los bares porteños acuñados en su vida cotidiana, tal cual su blog, momentáneamente con sus puertas cerradas al que bautizó “Un bar abierto para el viejo Lovatt”.
Caminamos hasta la avenida más larga de nuestra argentinidad al palo, Rivadavia, y distraído en la conversación entramos en una confitería a desayunar. “¿Sabés donde estamos?” Me preguntó. Miré alrededor y no podía creerlo. Me encontraba nada menos que en la mítica “Perla” de Once. De pronto, tenía quince años y la famosa frase de Javier Martínez me retumbaba en la mente: “En el baño de La Perla de Once, compusiste La Balsa… En el baño de La Perla de Once, compusiste La Balsa…” dando pié al arranque de la guitarra de Ramsés VII, nuestro querido “Tanguito” y su versión tan particular de La Balsa, un himno en la iniciación del rock argentino.
Las medialunas en Buenos Aires, ya sean de grasa o manteca, no son tan ricas si no se las sopa en el café con leche. Le comenté a Gonzalo mi experiencia salteña con “Tanguito”. Que el vinilo llegó a mi casa gracias a que alguien lo había prestado junto al “Tarkus” del trío Emerson, Lacke and Palmer. Yo sabía algo, cuando adolescente, de la existencia del autor de La Balsa, y también supe que el disco no se lo conseguía por ningún lado, que la tirada había sido escasa y que se lo consideraba de baja calidad, en razón de que había sido grabado en un equipo común, si mal no recuerdo un “National Panasonic”. También se hablaba sobre el primer robo de la historia del rock. Pero, como desconozco a fondo estos ribetes de la historia, mejor no me meto.
Al principio, me costaba digerir los temas de Ramsés VII, pues mis oídos acostumbrados al pegajoso ritmo que le propinaban Los Gatos en la voz de Lito Nebbia, empezaban rechazando la otra Balsa, con el acompañamiento solitario de una guitarra criolla y una voz que hacía coros y se alargaba cuanto podía en una versión mucho más larga y con la clara firma personal del Tango. Pero después de un tiempo de escucharlo y escucharlo, empezó a pegarme y creo que fue este muchacho quien me introduce en el gusto por lo que después llamaríamos en su época: “Música Progresiva”.
Y ahí me encontraba, en el lugar donde había nacido toda esta historia que les cuento. Ahí estaban las fotografías de estos muchachos. Junto a Tanguito, se encontraba Moris, el mismo Javier Martínez y otros. Ahora entiendo que eran habitué tanto en La Perla como de Once. Pues Javier Martínez tiene un tema que se llama Avenida Rivadavia (la que une el este con el oeste, la más larga) y… “Caminamos una calle sin hablar, avenida Rivadavia.” Que después me di el gusto de caminar varias cuadras con otro escritor porteño, Alberto Feldman (de quien después me ocuparé).
Me levanté de la mesa y me dirigí al baño con la cámara en mano. Me dijeron que ahora todo está cambiado, pero igual lo llamé: “Tango!!” “Tanguito!!” “Dale… Tocá La Balsa”. Estoy muy solo y triste acá en este mundo abandonado… Hasta las lágrimas viejo. La vida nos va dejando todos los días; pero hay días que recuperamos los años. Cuando volví a la mesa con los ojos enrojecidos de agradecimiento, el tango terminaba: “con mi balsa, yo me iré a naufragar…”
Gracias Gonza por todas las sorpresas y por mostrarme tu Buenos Aires.
Escuchalo a Tanguito cantando La Balsa
Escucha "Avenida Rivadavia" por Manal,
Alejandro Medina: bajo y voz
Claudio Gabis: guitarra
Javier Martínez: batería y voz
Hermosa entrada Quebracho, mis saludos a Gonzalo.
ResponderEliminarGracias Marina (Cecilia) un abrazo y en breve me voy a referir a tu hermosa Bahía...
ResponderEliminarantarticliving.blogspot.com.ar
ResponderEliminarAca hay un comic del ultimo dia de tanguito!!