lunes, 3 de mayo de 2010

ATLANTIC CITY

Por Emma Solá de Solá

Emma Solá de Solá fue una excelente escritora salteña cuya producción literaria usted puede ver en el siguiente enlace http://www.camdipsalta.gov.ar/INFSALTA/emmasola.htm entre sus aportes a las letras de nuestra provincia, podemos contar con algunas crónicas sobre viajes que había realizado, como el que ponemos a su disposición, el cual trata de un viaje hacia Estados Unidos en el que realizó algunos estudios sobre la educación americana y hablando a los jóvenes estudiantes, como ella dijo, "de nuestra Patria". En esta oportunidad, febrero de 1940, Emma Solá de Solá llega con un grupo de salteños hasta Atlantic City que hacia esa fecha era una ciudad balnearia cuyas playas atraían una inmensa cantidad de turismo, industria principal del lugar. Recordemos que aún no existían los grandes casinos que se instalaron a partir de 1977, pero si tenía en sus calles antiguos semáforos (que Salta carecía) y que a nuestra escritora le llamaban la atención. ¿Alguien nos podrá decir como es Atlantic City hoy? Los dejo con ella...


 
La invitación era para esa mañana y aunque comenzó a nevar y la meta de nuestro viaje distaba más de cien kilómetros de Philadelphia, ni nuestros amigos ni nosotros pensamos en desistir del paseo.


Ellos son novios, -Irma y Bernardo- y tienen el entusiasmo propio de sus años mozos y nosotros el que corresponde a los viajeros que recorren con interés y simpatía el país que visitan.


Cuando salimos, las calles de la ciudad parecían espolvoreadas con una sal voladora y blanquísima.


Cruzando el río Delaware por el gran puente colgante, pasamos la ciudad de Camden, del Estado de New Jersey, en cuyo campo de aterrizaje algunos aviones que se disponen a partir, calzados con los aparatos especiales para descender sobre la nieve, parecen enormes pájaros de plata, con las alas estiradas y rígidas de frío.


Los campos se van poniendo completamente blancos bajo la constante caída de esta cosa tal sutil y de partículas casi impalpables, pero que llega a acumularse en pasados promontorios, de esta cosa de una blancura de tan inmaculada pureza que no hay con qué compararla, ya que es ella, la nieve, el punto de comparación de la blancura misma.


Los autos que encontramos en el camino llevan puestos además de los chalecos de abrigo sobre los radiadores, las algodonadas fundas blancas que les ha obsequiado hoy el invierno.


Las casitas diseminadas en el campo, las huertas con sus árboles de ramas escuetas, las manchas oscuras de los pinares, los lagos de aguas inmóviles que parecen espejos abandonados sobre los que cayera una lluvia de polvo de arroz, todo se mira como a través de una sutil transparencia de una gasa.


En la puerta del edificio de la escuela que vamos a visitar en Plesante Ville (Sic) nos aguardan para darnos la bienvenida, los alumnos más aventajados de español, pero ante nuestra presencia de auténticos poseedores del idioma, olvidan casi por completo su sabiduría.


Es una escuela superior y el aula está llena de jóvenes de ambos sexos y hablamos con ellos. ¿De qué? Como en Barnard College, de la Universidad de Columbia y como en la escuela Washington Irving, en New York; como en la George Washington en Alexandría, como en todas las partes donde conversamos con gente de este país, hablamos de nuestra Patria.


Pero ya se han terminado las horas de clases y los ómnibus llegan en busca de los alumnos, que saltando alegremente entre la nieve, no se preocupan por protegerse de ella, sino parece que por el contrario, es un motivo más de alborozo a la alegría natural de sus años juveniles.


Recorrida la escuela de varios pisos, con un gran auditórium y gimnasio para invierno y para verano, etc., seguimos nuestro camino, acompañados también por una profesora de francés, una señora americana que ha cursado la Sorbona; esta vez a nuestra sabiduría de la galante lengua, adquirida en la Allance, le ha tocado el turno de enmudecer como los colegiales.


Hemos llegado por fin a la costa del Atlántico, entrando en una angosta lengua de tierra que avanza en el océano.


Allí está la ciudad, con su edificación de tres leguas de largo y sus tres leguas también de rambla de madera, que junto con el buen aire, constituye toda su industria, según el decir de sus habitantes, ya que Atlantic City es ciudad balnearia por excelencia.


Dejando a un lado la sección del comercio y los altos edificios modernos de departamento y su popular elefante, enorme, de madera y que tiene en su cuerpo un restaurant con ventanas que miran al mar, preferimos recorrer los barrios de residencia de familias.


Pero ¿Es esto realidad o por efecto de alguna varita mágica nos hemos transportado a una ciudad de hechicería? ¿Hemos vuelto, acaso, a ser niños y estamos viviendo un cuento de hadas?


Una tablilla blanca indica en letras negras el nombre de ese radio de la ciudad: “Tortuosa”.


Y las calles ya no son calles sino curvas que se encuentran y se separan… Estos pequeños círculos y triángulos, en nada se parecen a las plazas… Estos diminutos y cónicos pinos, no tienen ya aspectos de árboles… Estos cuadros de césped, son miniaturas de jardines… Estas pequeñas casitas todas blancas, no son casas para seres humanos sino casas de juguete, sus habitantes serán, sin duda, frágiles muñequitas rubias…


Bajo el adorno de estas espumas de cristal que recubren los techos, que filetean los rebordes de las paredes que se prenden en las ramas que tapizan el césped, esto ya no es una realidad. El Hada de Nieve lo ha hechizado todo al cubrirlo con su manto de encantamiento.


Y cuando nos dicen que si vinimos por el camino del Caballo Blanco, tenemos que regresar por el camino del Caballo Negro, no nos sorprende esta circunstancia, que aunque real, queda muy de acuerdo con el momento.


Está cayendo la tarde.


En la orilla del camino un clásico hombre de bolas de nieve se distingue solo por los ojos negros y los negros botones de su blusa.


En las casitas que se suceden a lo largo de la ruta, se iluminan las ventanas en todos los pisos, con una claridad velada por la transparencia de las vaporosas cortinitas.


Los pequeños cristales redondos incrustados en los postes de los lados del camino y que brillan al iluminarlos los faros del automóvil, parecen ojos de gnomos que salieran a espiarnos de entre las sombras de los pinares.


Y los grandes faros de señales, rojos y verdes, que van ordenando: pare… camine, son guiñadas de gigantes que juegan con nuestro libre albedrío. Y como si nos sintiéramos empujados por el ímpetu de su poderoso soplido, disparamos por los caminos en busca de una tranquilizadora realidad…


Los que han conocido Atlantic City en verano, tendrán de ella un gratísimo recuerdo, pero los pocos que seguramente la han visitado en invierno, bajo la nieve, conservarán una visión de hechicería.


(Para El Intransigente) Febrero de 1940



FUENTES:
Fotografía de Emma Solá de Solá extraída de la página web de la cámara de diputados de salta.
Texto de Emma Solá de Solá extraído del periódico "El Intransigente" de Salta del 24-11-1940.

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