sábado, 22 de enero de 2011

HORA DE LA SIESTA EN EL JARDIN

Estimado Marcelo: Fui muy movilizado por las palabras de Hernán Casciari desde Barcelona, y te envío un escrito, en recuerdo de mi hermana Susana Beatriz, como nosotros, amiga de las Letras y de la Música, que vivió su vida mitad en Buenos Aires y la otra mitad en Mendoza. Un abrazo y muchas gracias.
Alberto Ernesto Feldman

HORA DE LA SIESTA EN EL JARDIN
Reg.N° 717388

Octubre de 2007
Alberto Feldman

El calor de la siesta mendocina en primavera augura un verano tórrido. Los zumbidos de las abejas entre los árboles frutales y los racimos de uvas tempranas imitan a las chicharras de enero, y no son los únicos sonidos que vibran entre los poblados canteros.
Desde la ventana de la cocina se despliega a gran volumen la voz de Pavarotti cantando “Turandot”.
La Susi deja la manguera al pie del duraznero, se sienta y trata de acompañar el final de “nessun dorma” pero desiste y se sirve un mate mientras escucha embelesada.
En dos semanas más, el grupo coral que integra cantará algunos fragmentos de la zarzuela “La Gran
Vía” y tiene el recitado de la viejita gruñona, papel que le encanta. Este tema la tiene ocupada desde hace varios meses y junto con algunas reformas en la vieja casa la distraen un poco de la soledad que
le ha caído como un mazazo al morir su compañero de toda la vida diez meses atrás.
Los dos hijos mayores ya han constituido sus propias familias y sus profesiones los retienen en otras provincias y el menor, soltero, es su compañía cotidiana. Hoy cocinó los ravioles y la hizo reír con sus ocurrencias, pero después del almuerzo voló a casa de su novia. Así debe ser, piensa Susana, pero en esta tarde de domingo está sola y hace balance.
Una gran mariposa azul se descuelga del árbol más alto y luego de girar en círculos cada vez más pequeños se posa frente a ella. Una dulce placidez la invade en forma de recuerdos. El tiempo retrocede mas de cincuenta años y se ve como una chica de no más de doce cumpliendo tareas de madre de sus tres hermanos menores, en un hogar donde falta la madre real, al lado de un padre que hace lo que puede, y puede poco.
La mariposa levanta vuelo pero no se aleja; con un parpadeo cada vez más débil de sus alas gira en torno a la cabeza de Susi y cada vez que pasa frente a sus ojos despliega en su pantalla tornasolada imágenes de la lejana niñez.
Ahora tiene quince años y su primer novio. Se mira lavando ropa, cocinando, barriendo la enorme y vieja casa, estudiando o escribiendo poesías.
Promedian los años cincuenta y se ve en las noches haciendo la tarea escolar en la mesa de la cocina, escuchando en la antigua Radio Mitre las ediciones de “Música en el Aire”, que traían las melodías y la música de jazz, tan atractivas para los adolescentes de aquella época.
La mariposa cobra fuerza una vez más y entonces aparece recibiendo junto con el diploma de bachiller los augurios de una brillante carrera en las Letras, cosa que no pudo ser, pero nunca olvidó esa caricia en la nuca de su profesora preferida.
Después, la lucha por la vida destruyó unos sueños y alentó otros. Ahora con una tenue sonrisa recuerda su sencilla fiesta de casamiento, con sus hermanos y media docena de amigos en una cervecería de Belgrano,.
Los primeros tiempos fueron duros. Había que ayudar al futuro doctor a terminar los estudios.
Luego se ve pariendo feliz a sus tres hijos y convertida en eficiente esposa, madre y secretaria de su esposo Nunca abandonó su gusto por la música, por toda la Música, y en algún momento condujo por una radio local un programa de Tango, que disfrutaba y valoraba lo mismo que la clásica, el folklore o el jazz. Era fanática de Mozart lo mismo que de Piazolla o de la Lírica en general.
La mariposa azul aletea por última vez y con un suave planeo reposa suavemente en tierra y queda inmóvil.
En el aire flota ahora “Adiós Nonino”. Susi esboza una tenue sonrisa al oírlo a través de sus sentidos ya disminuidos. Deja el mate sobre la mesa. Su espalda abandona el respaldo de la silla y se proyecta lentamente hacia adelante, cruza los brazos, inclina la cabeza y apoya una mejilla sobre su mano.
Ya no oirá los zumbidos de la tarde ni el susurro de la brisa repentina que suavemente barre como una hoja a la mariposa azul. La Susi ya se fue.

No hay comentarios:

Publicar un comentario