VUELO DE EZEIZA A MIAMI
Estas últimas semanas se caracterizaron por vuelos
desde el antiguo Aybal en Salta hacia el rioplatense Aeroparque, trámites para
el viaje a la University of Florida, visa para los once integrantes de la
delegación, noches en buenos hoteles, comida en restaurantes, mezclar el idioma
materno con el inglés, aprender palabras nuevas tales como: “checking”,
partidas, arribos, pasaportes, y tantas cosas más. Realmente un torbellino de
actividades; pero ahora estoy volando a Miami. No vuelo como en los últimos días
en un Airbus, ahora lo hago en un Boeing 777, conocido como el “Triple Siete”.
Una enorme masa que transporta mucho más que un centenar de pasajeros, cada uno
con 23 kilogramos de equipaje en las bodegas y otra cantidad menos despreciable
en los bolsos de mano que llegan a ser en algunos casos grandes mochilas o
bolsos más que medianos. Todos repartidos en tres secciones: la de primera
clase y dos de la turista. Cada fila con nueve asientos discriminados en dos
para cada orilla y cinco en el medio. Voy sentado en el 33ª que corresponde a
la ventanilla del lateral izquierdo.
Despegamos de noche, por lo que el conurbano
bonaerense, se presentó como un mar de titilantes brasas amarillentamente
rojizas. Mi clase, la turista, igual que las otras, presenta un gran plasma en
la pared frontal que nos separa de las otras secciones, donde nos va mostrando
la ruta que realiza el avión.
Pronto toma rumbo a Rosario de Santa Fe a casi 900
km/h y a más de 11.000 metros de altura, con una temperatura exterior de menos
cincuenta (-50°) grados centígrados.
Poco a poco se alinea hacia la provincia de Córdoba, rato
después pasa por la zona rural de Tucumán y Salta. En esta última, el mapa
claramente muestra que pasamos por Anta y Rivadavia (Banda Sur y Norte) y es
aquí donde los recuerdos me vienen a buscar, agazapados en mi memoria cuando
era un joven oficial de policía y trabajaba en el chaco salteño, en el pequeño
pueblo de Alto de la Sierra, Rivadavia Banda Norte. Allí de los sacrificados
maestros rurales aprendí algunas cosas, entre ellas, como los mismos
relacionaban el tiempo y la hora con los sucesos diarios y continuos, por
ejemplo: en plena noche con el ruido de los motores de los aviones
internacionales. Es así que al primero que pasaba a las doce menos cuarto de la
noche, lo llamaban “El Contrabandista” y a las doce pasaba otro que fue
bautizado como “El Policía” Entonces, en sus hogares, los maestros que
preparaban sus clases bajo la luz de un farol a kerosene, ante la presencia del
primero, decían: Guardemos todo para mañana que ya está pasando “El Contrabandista”.
Y de esta manera se iban a dormir cuando pasaba “El Policía” persiguiéndolo quince
minutos más tarde. En mi caso, no sé si voy volando en el policía o en el
contrabandista; pero si, descubro las dos caras de una misma moneda. Allá abajo,
los maestros preparando sus clases en la arenosa tierra caliente de ese rincón
argentino y aquí arriba con dos aeromozos, uno con habla sajona y otro en
español con fuerte acento centroamericano, que nos reflejan un inesperado lujo
jamás vivido, aún a pesar de nuestra clase turista. Miro el menú de la pantalla
que se encuentra en mi asiento y elijo también la opción ruta aérea, para verla
más cerca. Mi compañera de asiento, mira una película en la que actúa Robert De
Niro y en la butaca delantera una niña ve los dibujitos animados, otros juegan
al solitario, mientras escribo estas líneas volando sobre Oruro (Bolivia), en
una línea imaginaria entre Santa Cruz de la Sierra y La Paz. El avión vuelca el
ala derecha y toma rumbo al oriente alejándose del exótico Titi-Caca a 4.900 km
de Miami.
Hemos pasado por el trópico cocalero en la región del
Chapare dentro de la húmeda y vaporosa selva. Aparentemente el avión corrige la
dirección hacia El Beni donde mora el río Guajará Merin, portal sur del
Amazonas.
Otra vez corrige la marcha para rodear los peligrosos
Andes. Son las tres y cuarto de la mañana y nuestras narices apuntan a Lima.
Cuando se registra la temperatura externa de 51 grados bajo cero a 11.582
metros de altura.
Sobrevolamos Perú, hacemos lo propio con Ecuador y
lentamente le tocará el turno a Colombia y luego Panamá y desde allí, a 911 km
la hora el Triple Siete se lanza sobre el Mar Caribe en medio de la oscuridad
de la madrugada. Me asomo a la ventanilla y no veo ninguna luz, a pesar de que
la pantalla me avisa de que nos encontramos entre Kingston, a la derecha, y
Guatemala con El Salvador a la izquierda, con la trompa puesta en el estrecho
mar que une Cuba con Cancún en México, en momentos en que son las siete de la
mañana en Argentina y las cinco en Miami, ciudad que ahora dista a 1.100 kilómetros
de nuestra nave.
A las 7,40 horas ya pasamos sobre las Cayman Trench o
Islas Fosa del Caimán, poniendo la trompa del avión sobre la isla Trinidad,
frente a Cuba. Después sobrevolamos la isla de Fidel Castro, pasando sobre
Cárdenas y otras pequeñas ciudades para lanzarnos nuevamente sobre el mar.
A las 8,10 hora de Argentina y 6,10 de la hora local
nos encontramos a 600 kilómetros de Miami en este oscuro amanecer en el
Estrecho de Florida.
Con las primeras luces del alba, observo el mar por la
pequeña ventanilla y el extremo sur de la península. Vamos perdiendo altura y
nos informan que se presentaran algunas turbulencias; pero hasta ahora el viaje
fue muy tranquilo. La nave se mueve para sus laterales, buscando perder altura
y orientarse hacia el destino final. Nos anuncian que aterrizaremos en la
puerta 14. Ya se observan algunas luces desde nuestra altura que baja
considerablemente. Nos encontramos a 1.500 metros.
La nave desciende más y más, hasta que se ven los
edificios, rodeados de canales con agua como una nueva y moderna Venecia,
algunas calles y anchas avenidas llenas de luces de automóviles y semáforos…
Ahora mi ventanilla va mostrando a los demás aviones estacionados en los
laterales de la pista y, por fin, aterrizamos en Miami.
Vuelves romántico y atrayente lo que otros calificarían de aburrido y tedioso viaje en avión...
ResponderEliminarMuy bien escrito, sigue así!