Apareció un día cualquiera, cuando la primavera nos
mostraba la alegría de vivir y nosotros éramos la primavera. Jamás fue mío,
pero me dio tantas vivencias que robo su historia, porque es la mía propia.
Desde la ventana de la cocina lo veía estacionado en
la playa, con su color blanco pálido o gris incierto como su futuro. Listo,
siempre listo para la aventura con sus dueños y sus amigos. Y era ahí donde yo
entraba. Bajábamos con Quiquín y con Horacio, con las botas retumbando en las
escaleras, los vaqueros con la clásica “W”, cintos de cuero blanco y las
chombas con los laureles, el pingüino o el yacaré conforme anuncie la moda. Esa
misma moda con llavero “cuenta-ganado” aunque la única hacienda nos caminaba, a
veces, por la cabeza.
Estos changos eran tan ututos que el rumbo lo imponía
el momento. La casa con piscina de los abuelos en San Martín, camino a Rosario
de Lerma; Cerrillos, donde nos juntábamos con Gustavo Martín, Miguel Ahanduni y
tantos otros, para luego ir a ver las chicas de Rosario, donde se armaba la
barra, con algunas presumidas y uno que otro noviazgo o en la propia ciudad de
Salta, a tomar el té en la casa de alguna amiga.
A veces, recuerdo... Al 2CV no lo podía manejar una sola
persona. Eran sumamente necesarios el timonel y un ayudante. Claro, se había roto el
pedal del embrague y, en el motor, habían atado una correa blanca de persiana,
que salía por el costado, bajo del capot, hasta la ventanilla rebatible del
acompañante. La cuestión se resolvía más o menos de la siguiente manera.
Veamos:
-¿Listo? –preguntaba el chofer, generalmente Quiquín.
-¡Listo! –respondía el acompañante, generalmente
Horacio, tirando de la correa de persiana.
-Bueno… ¡Va el cambio! –decía el chofer y metía la
marcha, para luego nuevamente gritar “¡Listo!” y ahí el acompañante soltaba
cuidadosamente la correa y el 2CV continuaba su marcha.
Moría la década del ’70 y en mi curso se dio un
intercambio estudiantil con Estados Unidos, el enano Cardón viajó a Ohio, si no me
equivoco, y de esa ciudad vino una estudiante. Ese fin de semana el turquito
Elías había organizado un asado a todo trapo en su casa de campo, cerca de
Rosario y todos estábamos invitados. Claro, Quiquín y Horacio me llevaron en el
2CV. Después de comer, la invitamos a la norteamericana a pasear en el auto y…
¿Qué chica se negaba a la mirada de gato triste que le hacía el Hora? Los
ojitos del gato de Schrek eran un poroto al de este ganador.
La chica subió y todos nos fuimos a dar vueltas por
Rosario, por Cerrillos y, cuando estábamos bien lejos… El 2CV se pega la
empacada y su motor celestino deja de funcionar. Esto hubiese venido de diez si
ambos estarían solos, pero éramos como cinco amontonados dentro del coche y
todos buscando una sonrisa "yanqui", aunque sea al descuido.
El auto no arrancaba por nada del mundo. Así que los
hermanos decidieron que ella volantee el 2CV y todos nosotros pechando. Ella se
negó, porque en su contrato estaba prohibido conducir. No había manera de
hacerle entender que no manejaba, solo volanteaba el vehículo en esas condiciones.
A duras penas entendió y así volvimos a la casa de Elías, pechando, re cansados
y justo allí, el glorioso Citroën hizo rechinar sus dos cilindros y después de
toser un poco, comenzó a regular tranquilamente, como burlándose de nosotros.
La norteamericana nos hizo jurar a todos que jamás íbamos a decir que condujo y
que en la casa, había probado un buen trago de vino salteño para regar el asado
bien servido ese mediodía.
A veces, los jóvenes de hoy no quieren autos viejos,
les piden a sus padres vehículos 0km; pero les advierto, pueden tener una
inmensidad de buenos momentos con ese vehículo olor a nuevo, pero la verdadera
aventura se encuentra en superar escollos y problemas, pues en eso se basa la
vida…
Nota: Las tres fotografías fueron extraídas de la web.
Tu historia me hizo reir. Me corde de mi viejo 2 CV modelo 68 y que no andaba mas rapido que los 60 km por hora. Una vez hasta salio volando una bujia a traves del capot. Me alegraste el dia. Saludos.
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