Días pasados enseñaba a mis alumnos sobre los parámetros que debe observar un crítico frente al producto a comentar y, a modo de práctica, les pedí a los jóvenes que escribieran sobre su ciudad, en este caso Salta. Obviamente debían preponderar los valores objetivos por sobre los subjetivos, respetando de esta manera lo enseñado. Fue un terrible error pedir este ejemplo, ya que las críticas venían cargadas de alabanzas por doquier. Muy enojado, preocupado por el resultado obtenido, creyendo ser yo la causa del fracaso, decidí escribir el mismo trabajo, poniéndome en el papel del alumno. Fue en esa ocasión que comprobé que en la práctica educativa no todo es uno mas uno igual a dos.
Despojándome de toda posición subjetiva inicié el trabajo relatando sobre el aire de Salta que, por ser un espacio encerrado entre cerros y a una altura apenas promedio de los 1.200 metros sobre el nivel del mar, la ciudad no poseía una renovación parecida a las ciudades costeras. Sin embargo, el perfume de los lapachos floridos, al igual que los jacarandá y los cebiles en flor de la primavera; los pastos bajos y duros de sus pequeñas mesetas al norte de la ciudad; el verdor de la vegetación vecina a su río zigzaguante al sur ciudadano, todo ello conjugado con una todavía escasa cantidad de gente y esos cómodos aparatos contaminantes como son los automóviles, aviones y trenes, sin contar con las poquísimas chimeneas industriales u hogareñas.
Al releer el trabajo solo concluí que los chicos habían realizado bien su trabajo, sencillamente porque sus pulmones todavía respiraban aire apenas apenas "ensuciado" y con aromas vegetales que producen esa bendita posibilidad de pensar respirando hasta embriagarse de tanta naturaleza limpia y pura, cualidad que pocas ciudades tienen y permiten a sus habitantes ser personas orgullosas, defensora de su calidad natural...
DANIEL JORGE
Nota: Daniel Jorge es Profesor en Letras, escritor, cuentista, dramaturgo y director teatral. La fotografía que ilustra el artículo: "La Flor del Jacarandá", pertenece a Paola Cueva.
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