A mi padre Ramón José Vera y a mi abuelo Tomás Glicerio Vera, ambos enterrados al lado del rio de Rosario de la Frontera, Salta.
Estuve en Copo Quile, de tu
Rosario de la Frontera,
papá, y he caminado por
senderos como antes, luego del
tren a Las Antillas, con mariposas
en las ventanillas, cuando
caminábamos por el monte a ver
a tus amigos Uncos, con tu vino
y mi chinchibirra, cuando decías
que a los toros malos había
que echarles arena en los ojos,
si venían bajo la luz de la luna.
Anduve por esos senderos,
como en el crepúsculo.
En las termas sigue el algarrobo
que espera siempre los 15 de agosto
la fiesta de la virgen de toda la
montaña y pone la sombra justa
y la fecha borrosa.
En el bar “El Imperio”,
tu Independiente empató con San
Lorenzo, de Felipe Romano de villa
Manuela. (Esta vez Bochini no dio el
pase para el rojo)
Tus amigos de Puente de Plata,
Almirante Brown,
Campo Redondo y Las Tinajeras,
esta tarde se fueron temprano.
Te esperaron bastante
entre potros que te hicieron orinar
sangre en tu juventud de El Ceibal,
porque no habías puesto fiador y
estaban baguales.
Hablaban de un lazo de ocho
con tientos mal trenzados.
Ya me he bebido la cerveza negra.
Leo las coplas de Chacho García
para Abraham Luna
y la Juana
y la tía Cunina y “su no ha’i ser”.
Le decías al abuelo: “No hay adiós.
Volveré para que no estés solo,
a escuchar este río cuando suena”.
Y esta tarde hay
aguas en la mesa.
Anduve por el río Rosario,
como en el ocaso.
(Para colmo no aparecen
comparseros,
Chamorros ni Escoipes.)
Sé que tu casa tiene dos paredes
y hoy me ha costado
entender a tus amigos.
JESÚS RAMON VERA
Rosario de la Frontera,
17 de setiembre de 2005.
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